INGREDIENTES
EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA
La
terapia es el arte del diálogo entre dos cuerpos que, en su corporalidad
contienen todo lo que son. (Siri Hustvedt)
Los
relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor. (Anatole Broyard)
En
diafreo es básicamente eso, dos cuerpos que dialogan, se retan, se miden, se
complementan, se entienden o se confrontan, aunque no sólo eso, también son dos
seres humanos con su historia como identidad que corporalizan sus emociones,
sentimientos, recuerdos, dolores y risas, lo que construye una relación llamada
relación terapéutica.
Por
tanto, la relación que se construye entre la terapeuta y el paciente o cliente
llega a ser muy íntima, importante y trascendental para el proceso que se
inicia cuando empieza una terapia corporal.
Intentaré
analizar brevemente los ingredientes más importantes que a mi parecer integran
esa relación.
1:
La cultura
Por
cultura entiendo socialización, política, educación, familia, lenguaje,
religión y seguramente mucho más.
Si
la culturización de terapeuta y paciente es muy diferente cada una se coloca
donde le es más cómodo y conocido, es decir en los paradigmas y principios de
su propia cultura, lo que provoca una grieta. La que discrepa de su cultura se
va a comparar y como resultado va a salir perdiendo. La cultura conlleva
multitud de pequeñas cosas, símbolos, signos, palabras, posturas, emociones y
sentimientos característicos y únicos que tienden a encerrarnos en ella porque
es lo conocido y, por tanto, más cómodo.
En
la cultura también se aprende sobre los sentimientos positivos y negativos, los
que se pueden vivir bien y los que no se quieren sentir, no es igual para todo
el mundo y hay que aceptar que a veces es difícil sentirlos o no sentirlos,
negarlos o manifestarlos, pero es al mundo del paciente al que pertenecen y
pocas veces a la terapeuta.
Los
prejuicios derivados de pertenecer a una cultura son inconscientes o
subliminales, lo que hace que sólo cuando los trabajamos puedan ser alcanzados,
aceptados, cambiados o en todo caso conocidos, para que no nos sorprendan en
medio de una sesión.
La
terapeuta tiene que saber cómo hacer para que la cultura no se convierta en una
diferencia.
2:
El Género
Otro
símbolo que nos identifica no sólo como hombre o mujer sino lo que significa en
cada cultura; los gestos, lenguaje, comportamiento, poder y un largo etcétera.
Estas
creencias pueden llevar a una confrontación que no tiene que ver con la terapia;
tiene que ver con que la terapeuta no abandona sus creencias o paradigmas y la
paciente se siente cuestionada. A menudo los pacientes no saben lo que pasa, es
la terapeuta la que debe conseguir que no se produzca ese distanciamiento. Si
se despierta la hostilidad o agresividad es porque hay una imposición, real o imaginada.
Es muy difícil aceptar “la verdad” que sólo posee la terapeuta y cuando alguien
acude a pedir ayuda tiende a colocarse en una situación de inferioridad para
despertar la compasión. Lo cual no es ni un buen comienzo ni real.
Reducir
todo al cuerpo o a la diafreo es simplista y puede ofender, para evitarlo hay
que tener en cuenta la petición del paciente, qué busca, qué espera, qué quiere
de nosotras y volver siempre a examinar esa petición en caso de conflicto.
Las
mujeres en general tenemos más facilidad para la compasión, la identificación,
la emoción, pero no quiere decir que sean el mejor vehículo para acercase a la
paciente.
Cuando
lo que surje no es de nuestro terreno o no tenemos ni idea de qué hacer o decir
es honorable reconocerlo y re-dirigir a la paciente hacia otro profesional con
otra especialidad. En mi experiencia, nadie se enfadó por “mi no saber”. Sí
cuando quise saberlo todo.
Debemos
encontrar nuestro estilo y vocabulario para dirigirnos a las pacientes sin caer
en la condescendencia. Igual que una se cree que sabe de diafreo, la otra
persona sabe de otros terrenos, pero, sobre todo, sabe de sí misma y hay que
oír y escuchar, ver y mirar, oler, intuir lo que esa persona quiere y necesita
que yo sepa, para trabajar con ello.
Muchas
veces el desconocimiento genera prejuicios que se traslucen en la conversación;
para que la ignorancia no sea una guía hay que leer y cuestionarse y cuanto más
lees, más te das cuenta que tienes que seguir leyendo, lo que genera una
continua necesidad de estudiar, leer, buscar.
No
hay que confundir género y sexo o deseo erótico.
Puedes
tener muy clara la diferencia entre pertenecer al mundo masculino o femenino,
pero no tener tan clara la diferencia entre sexos.
El
sexo según algunos abarca todo, según otros nada, el sexo no es sólo físico, es
emocional, mental, espiritual. Quien sublima el sexo lo convierte en otra cosa.
Ser
terapeuta no anula tu sexualidad ni tu género, puede que incluso la aumente si
el poder forma parte de tu erotismo.
La
posición de poder del terapeuta depende también del paciente, de manera que por
muy clara que tengas tu postura si el paciente no la tiene, igualmente la
situación te puede desbordar. De modo que siempre hay que pensar a dos, sin
minusvalorar al otro porque pide ayuda o porque está perdido.
3:
Necesidades:
Una
de las primeras necesidades que se ponen de manifiesto en la relación
terapéutica es la exclusividad.
De
mil maneras sutiles el paciente pide o indaga o pregunta sobre la
disponibilidad de la terapeuta, su tiempo, su familia, su trabajo, otros
pacientes… todo ello para que le asegure que la terapeuta va a estar en la
consulta, necesita una continuidad que le confirme su correcta elección de
terapeuta. Es como hacer realidad la frase: -Conmigo tiene una relación
especial o soy especial para ella-, y de alguna forma es verdad, la relación
terapéutica debe ser personal y única.
El
paciente pretende ser visto, oído, atendido, querido y preferido sobre los
demás, es curativo sentirse así porque puede facilitarle el proceso de entrar
en sí mismo y observar qué ve, qué tiene, qué quiere. Es una necesidad de
confiar para poder cambiar, ver, aceptar; es una actitud derivada de la
dependencia infantil de la madre, pero no tiene nada de malo ni hay que
corregirlo.
Si
la paciente hace su trabajo y la terapeuta sabe contenerla y acompañarla,
llegará a encontrar su sitio y colocar a la terapeuta en el suyo.
La
relación terapéutica debe permitir al paciente construirse desde otro punto,
desde otra mirada, desde otras emociones y otros estares, para adquirir la confianza necesaria para dar el paso
crítico y crucial de soltar la que se era, para ser la que se quiere ser. Es mucho
pedir, pero forma parte de la cura, hacerse el adulto o adulta que se quiere
ser y estar conforme con el/ella.
Hay
que conseguir una relación única basada en lo que es y en lo que me hace
sentir, nunca personas diferentes te hacen sentir lo mismo, por eso es
especial.
Para
ello, la terapeuta no puede estar pendiente de su yo, de sí misma; debe estar
pendiente continuamente de lo que sucede en la sesión para poder entender o
atender a la persona cuando esta intenta colocar todo lo que le sucede que son mil
pequeñas cosas grandes que trascienden su historia. Los consejos, por tanto,
sobran.
La
terapeuta debe estar en presente, para escuchar, aceptar, si oye mucho desorden,
ayudar a ordenar; si oye grandes contradicciones, ayudar a darse cuenta para
que la paciente reorganice su discurso. Poco más puede hacer; lo que quiere
cualquier persona es ser escuchada con atención e interés, para aceptar que su
historia no es despreciable o sin importancia, intercambiar impresiones
íntimas, sinsentidos, recuerdos a veces disparatados, sentimientos vitales con
la terapeuta. A partir de ahí, sucede la magia. Muchos pacientes te dicen que dijiste lo adecuado en el momento adecuado,
lo que necesitaban oír para poder cambiar; no lo creo, nadie cambia por una
frase oportuna, quizás esa frase desencadena el cambio que ya estaba en marcha
o la conciencia del cambio. El truco es estar en presente al lado de esa
persona y decir o hacer lo que tu intuición, experiencia, empatía te dictan.
La
empatía y cariño o amor terapéutico permanecen para siempre, no cambian con el
trabajo que se hace. Creo que crece y se nutre de esas experiencias pasadas
juntas, pero no sólo, luego llega a convertirse en una relación entre adultos
equitativos, equivalentes cada uno con su sabiduría y su ignorancia; cuando la
relación terapéutica se termina y se cierra el proceso, todo lo pasado juntas
se convierte en una relación especial.
4:
Expectativas
Para
que suceda la magia tiene que haber paciencia por parte de la terapeuta,
paciencia no como la de Job, sino ausencia de expectativas. El tiempo, el
dinero y la curación son tres enemigos de la paciencia.
El
tiempo en diafreo se mide con un reloj lento que ocupa muchas sesiones y que se
opone a la exigencia del paciente de curarse ¡YA!
Hay
que intentar a través de los resultados de las sesiones que acepten que la
diafreo al igual que todas las metodologías holísticas, es lenta y pausada. Si
la terapeuta se contagia de esa prisa y pretende acelerar el proceso, será un
fracaso.
El
paciente llega con un saco de exigencias y expectativas a la espalda que no
tiene que condicionar a la persona que trabaja.
El
dinero es otro problema para la terapeuta, no trabajamos sin cobrar, ponemos un
precio a lo que hacemos y con ese dinero pretendemos mantener la sala o
despacho abiertos, pero no debe ser óbice para condicionar a quién atendemos o
qué promesas hacemos para que se quede y sea un paciente más que nos permite
pagar el alquiler o no sentirnos inútiles.
La
curación es la exigencia mayor que siempre nos plantean los pacientes. Quieren
que les curemos o ayudemos a vivir mejor, teniendo en cuenta que cuando llegan suelen
haber pasado por lo que llamo la peregrinación de fátima es decir ya han
acudido a todas las terapias oficiales y demás que no les han sanado o quitado
el dolor y pretenden que les hagas lo que nadie ha sabido y en un tiempo
récord. Es un dardo envenenado en forma de reto que aumenta las expectativas
para hacerlo mejor. Error si caes en ello.
La
paciencia debe permitirte encontrar la manera de disminuir esa esperanzas del
paciente sin caer en el paternalismo o prometer algo que no vas a cumplir. El
paciente llega desesperado, dolido, triste, angustiado y más sentimientos que
nos tocan los nuestros y salta nuestra necesidad de ayudar o de ser buena
profesional o cualquier otra motivación por la que nos hemos hecho diafreistas,
pero también debemos recordar que la curación o mejoría son éxitos del paciente
y no nuestros. En diafreo estamos al lado con una metodología para que el
paciente encuentre su camino hacia la salud, no somos magas ni milagreras. Por
tanto la paciencia o ausencia de expectativas nos va a permitir darle la vuelta
a lo que el paciente vomita en su primera consulta para convertirlo en motivo
de trabajo o demanda que nos permitirá trabajar y hacer un contrato.
5:
Eros y Pathos
Un
cuerpo bello puede conllevar la excitación o estimulación sexual y/o erótica y
pocos terapeutas están dispuestos a asumir que esa excitación es suya, no del
paciente.
Esa
situación es real y actual, no hay sublimación posible, lo que no es malo; es
una emoción natural, el problema es cuando no se puede vivir cómodamente y se
convierte en un defecto del que lo siente. Las emociones se bloquean, se
reprimen, se posponen y es lo que hay que hacer para situarse en el presente
del paciente. Es una emoción ligada a esa persona que es real, la persona y el
deseo.
No
suele haber nada explícitamente sexual en los pacientes, salvo enfermos. Todo
es apariencia, seducción, erotismo propio y ajeno. Dependiendo del nivel de
conciencia del terapeuta puede entrar en el juego o no, puede dejarse arrastrar
al juego apelando a que ambos son
adultos, puede fingir que no pasa nada y mentir, cuando lo que se busca en
diafreo es la sinceridad del cuerpo y sus mensajes
Pero
entonces ¿qué hacer? Sincerarse? Mentir? Fingir?
Volvemos
al inicio si consideramos las emociones que se presentan en la sesión como
producto o resultado de la relación entre dos adultos y que son esas emociones
las que permiten colocar, aceptar, re-colocar, re-memorar; el deseo erótico o
sexual ¿podemos considerarlo una emoción? Podemos considerarlo material de
trabajo? Es digno se hablarse? Es mejor callarse y disimular?
En
las culturas en las que se habla más libremente de sexo esto casi ni se
consideraría, forma parte de las relaciones humanas.
Nuestra
cultura hace difícil tratar o hablar de sexo por lo que tenemos que tener en
cuenta la cultura social del paciente para hablar de sexo y erotismo, sin
olvidar que las terapeutas forman parte de esa cultura y la dificultad les
atañe por igual.
Volvemos
al criterio del terapeuta para saber si puede hablar con el paciente de ciertas
emociones pero teniendo conciencia de no poner al paciente como excusa para no
hacer lo correcto.
Por
otro lado el poder entra en juego y puede haber un erotismo del poder que se
confunde con el sexual, de manera que los pacientes que admiren al terapeuta
por su sabiduría y le transfieran ese poder sobre ellos mismos, puede resultar
nefasto hablar de deseo, erotismo o sexualidad porque esas personas no
diferencian entre esa clase de erotismo y otro.
El
erotismo que puede despertar un paciente siempre es cuestión del terapeuta y
tiene que independizarlo del paciente.
Su
objeto erótico no puede ser el cuerpo físico de un paciente que pide ayuda, el
daño que produce en el sistema de relaciones del paciente es inmenso.
Quizás
el sexo y erotismo tienen que ver con el cuerpo físico pero también con lo
emocional, lo vivencial de ambos participantes, es a dúo, dos cuerpos adultos
en teoría iguales que buscan lo mismo, lo cual está lejos de ser lo que pasa en
la consulta.
En
la sesión de diafreo se pone en juego lo que siente el paciente a través de su
cuerpo para recuperar su vida, su historia, sus emociones perdidas, olvidadas o
bloqueadas, por tanto, no son dos personas iguales, hay una demanda de ayuda
por parte de alguien que considera que el terapeuta tiene alguna solución a su
problema, ya no son iguales; esa desigualdad marca la diferencia del deseo, no
es lo mismo desear a un igual que a una persona necesitada de nuestra ayuda.
Los
pacientes no pueden ser un objeto erótico si la relación está bien planteada y
hay un contrato claro.
6:
Los duelos
Desde
que nacemos, empezamos a perder. Perdemos el tiempo de vida porque caminamos
hacia la muerte y perdemos multitud de cosas o personas a los que nos apegamos
por necesidad de querer y sentirnos queridos. Todas esas pérdidas constituyen
los duelos que cotidianamente hacemos para no arrastrar sentimientos que ya no
nos pertenecen.
Básicamente
al hacer un trabajo personal nos damos cuenta de la cantidad de duelos que no
hemos llorado, moqueado o peleado y eso nos duele profundamente, porque pone de
manifiesto lo torpes que podemos ser para gestionar sentimientos.
La
universalidad de los duelos hace que cuando un paciente llora o rabia por su
historia no resuelta, resuene con la de la terapeuta, lo cual es normal, pero
manejar ese sentimiento de pérdida propio es lo que hay que aprender, puesto
que interfiere y aleja de la postura del paciente. No se puede estar en misa y
repicando.
Lo
mejor es haber resuelto los duelos pasados y saber resolver los que se
presentan cotidianamente; te permite colocarte en un lugar en el que tu
atención está en la sala, con el paciente.
Otras
cualidades de la terapeuta
La
emoción del paciente surge cuando se da cuenta que lo que le está pasando
pertenece a su vida, reconoce el dolor o la emoción que le embarga como propia.
Esto toca y trastoca, conmueve y mueve y dejarlo sentir y vivir es lo que hay
que respetar, sin intervención del terapeuta para no alterar.
“La
verdad absoluta y objetiva no existe en diafreo”. Todo pertenece al mundo del
paciente quien debe interpretarlo, utilizarlo, compartirlo si quiere.
La
terapeuta espera a si el paciente le hace partícipe de ese mundo o por el
contrario, no quiere o no puede hacerlo.
Saber
cuándo preguntarle o animarle a hablar es otro arte.
La
humildad de reconocer los límites de cuándo hacer o decir, son beneficiosos
para el paciente. No hay que corregir,
puesto que no hay bueno y malo, no hay juicio ni control, todo es susceptible
de utilizarse en beneficio del paciente.
La
enfermedad provoca sufrimiento pero no estupidez o insensibilidad lo que muchas
personas confunden sobre todo en nuestro sistema sanitario, el antídoto es la
dignidad, tratar con dignidad tanto al paciente como a su historia y su
situación.
La
humildad de aceptar que lo que pasa en la consulta no es mérito del terapeuta
sino del paciente y la dignidad de asumir con respeto todo lo que el paciente
necesita depositar en la terapeuta como testigo de su sufrimiento y espejo de
su situación.
La
terapia de diafreo se convierte en un viaje emocionante, novedoso, estimulante
que no aburre ni cansa porque es un viaje hacia dentro de una misma, por caminos
inexplorados que descubren historias ocultas, confusas, veladas con el cuerpo
como vehículo y guía. No se puede juzgar un viaje así desde fuera por mucha
formación que se tenga o muy sabio que se crea ser.
La
persona que acude a diafreo necesita verse e imaginarse desde otro lugar para cambiar
la perspectiva de sí misma y transitar un camino hacia la curación o por lo
menos hacia el cambio. Ser testigo de ello es siempre, maravilloso.
En
el próximo escrito hablaré sobre
Los
duelos
La
transferencia y proyecciones