lunes, 14 de agosto de 2017

Ingredientes de la relación terapéutica



INGREDIENTES EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA

La terapia es el arte del diálogo entre dos cuerpos que, en su corporalidad contienen todo lo que son. (Siri Hustvedt)

Los relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor. (Anatole Broyard)

En diafreo es básicamente eso, dos cuerpos que dialogan, se retan, se miden, se complementan, se entienden o se confrontan, aunque no sólo eso, también son dos seres humanos con su historia como identidad que corporalizan sus emociones, sentimientos, recuerdos, dolores y risas, lo que construye una relación llamada relación terapéutica.
Por tanto, la relación que se construye entre la terapeuta y el paciente o cliente llega a ser muy íntima, importante y trascendental para el proceso que se inicia cuando empieza una terapia corporal.
Intentaré analizar brevemente los ingredientes más importantes que a mi parecer integran esa relación.

1: La cultura
Por cultura entiendo socialización, política, educación, familia, lenguaje, religión y seguramente mucho más.
Si la culturización de terapeuta y paciente es muy diferente cada una se coloca donde le es más cómodo y conocido, es decir en los paradigmas y principios de su propia cultura, lo que provoca una grieta. La que discrepa de su cultura se va a comparar y como resultado va a salir perdiendo. La cultura conlleva multitud de pequeñas cosas, símbolos, signos, palabras, posturas, emociones y sentimientos característicos y únicos que tienden a encerrarnos en ella porque es lo conocido y, por tanto, más cómodo.
En la cultura también se aprende sobre los sentimientos positivos y negativos, los que se pueden vivir bien y los que no se quieren sentir, no es igual para todo el mundo y hay que aceptar que a veces es difícil sentirlos o no sentirlos, negarlos o manifestarlos, pero es al mundo del paciente al que pertenecen y pocas veces a la terapeuta.
Los prejuicios derivados de pertenecer a una cultura son inconscientes o subliminales, lo que hace que sólo cuando los trabajamos puedan ser alcanzados, aceptados, cambiados o en todo caso conocidos, para que no nos sorprendan en medio de una sesión.
La terapeuta tiene que saber cómo hacer para que la cultura no se convierta en una diferencia.


2: El Género
Otro símbolo que nos identifica no sólo como hombre o mujer sino lo que significa en cada cultura; los gestos, lenguaje, comportamiento, poder y un largo etcétera.
Estas creencias pueden llevar a una confrontación que no tiene que ver con la terapia; tiene que ver con que la terapeuta no abandona sus creencias o paradigmas y la paciente se siente cuestionada. A menudo los pacientes no saben lo que pasa, es la terapeuta la que debe conseguir que no se produzca ese distanciamiento. Si se despierta la hostilidad o agresividad es porque hay una imposición, real o imaginada. Es muy difícil aceptar “la verdad” que sólo posee la terapeuta y cuando alguien acude a pedir ayuda tiende a colocarse en una situación de inferioridad para despertar la compasión. Lo cual no es ni un buen comienzo ni real.
Reducir todo al cuerpo o a la diafreo es simplista y puede ofender, para evitarlo hay que tener en cuenta la petición del paciente, qué busca, qué espera, qué quiere de nosotras y volver siempre a examinar esa petición en caso de conflicto.
Las mujeres en general tenemos más facilidad para la compasión, la identificación, la emoción, pero no quiere decir que sean el mejor vehículo para acercase a la paciente.
Cuando lo que surje no es de nuestro terreno o no tenemos ni idea de qué hacer o decir es honorable reconocerlo y re-dirigir a la paciente hacia otro profesional con otra especialidad. En mi experiencia, nadie se enfadó por “mi no saber”. Sí cuando quise saberlo todo.
Debemos encontrar nuestro estilo y vocabulario para dirigirnos a las pacientes sin caer en la condescendencia. Igual que una se cree que sabe de diafreo, la otra persona sabe de otros terrenos, pero, sobre todo, sabe de sí misma y hay que oír y escuchar, ver y mirar, oler, intuir lo que esa persona quiere y necesita que yo sepa, para trabajar con ello.
Muchas veces el desconocimiento genera prejuicios que se traslucen en la conversación; para que la ignorancia no sea una guía hay que leer y cuestionarse y cuanto más lees, más te das cuenta que tienes que seguir leyendo, lo que genera una continua necesidad de estudiar, leer, buscar.
No hay que confundir género y sexo o deseo erótico.
Puedes tener muy clara la diferencia entre pertenecer al mundo masculino o femenino, pero no tener tan clara la diferencia entre sexos.
El sexo según algunos abarca todo, según otros nada, el sexo no es sólo físico, es emocional, mental, espiritual. Quien sublima el sexo lo convierte en otra cosa.
Ser terapeuta no anula tu sexualidad ni tu género, puede que incluso la aumente si el poder forma parte de tu erotismo.
La posición de poder del terapeuta depende también del paciente, de manera que por muy clara que tengas tu postura si el paciente no la tiene, igualmente la situación te puede desbordar. De modo que siempre hay que pensar a dos, sin minusvalorar al otro porque pide ayuda o porque está perdido.

3: Necesidades:
Una de las primeras necesidades que se ponen de manifiesto en la relación terapéutica es la exclusividad.
De mil maneras sutiles el paciente pide o indaga o pregunta sobre la disponibilidad de la terapeuta, su tiempo, su familia, su trabajo, otros pacientes… todo ello para que le asegure que la terapeuta va a estar en la consulta, necesita una continuidad que le confirme su correcta elección de terapeuta. Es como hacer realidad la frase: -Conmigo tiene una relación especial o soy especial para ella-, y de alguna forma es verdad, la relación terapéutica debe ser personal y única.
El paciente pretende ser visto, oído, atendido, querido y preferido sobre los demás, es curativo sentirse así porque puede facilitarle el proceso de entrar en sí mismo y observar qué ve, qué tiene, qué quiere. Es una necesidad de confiar para poder cambiar, ver, aceptar; es una actitud derivada de la dependencia infantil de la madre, pero no tiene nada de malo ni hay que corregirlo.
Si la paciente hace su trabajo y la terapeuta sabe contenerla y acompañarla, llegará a encontrar su sitio y colocar a la terapeuta en el suyo.
La relación terapéutica debe permitir al paciente construirse desde otro punto, desde otra mirada, desde otras emociones y otros estares, para adquirir la confianza necesaria para dar el paso crítico y crucial de soltar la que se era, para ser la que se quiere ser. Es mucho pedir, pero forma parte de la cura, hacerse el adulto o adulta que se quiere ser y estar conforme con el/ella.
Hay que conseguir una relación única basada en lo que es y en lo que me hace sentir, nunca personas diferentes te hacen sentir lo mismo, por eso es especial.
Para ello, la terapeuta no puede estar pendiente de su yo, de sí misma; debe estar pendiente continuamente de lo que sucede en la sesión para poder entender o atender a la persona cuando esta intenta colocar todo lo que le sucede que son mil pequeñas cosas grandes que trascienden su historia. Los consejos, por tanto, sobran.
La terapeuta debe estar en presente, para escuchar, aceptar, si oye mucho desorden, ayudar a ordenar; si oye grandes contradicciones, ayudar a darse cuenta para que la paciente reorganice su discurso. Poco más puede hacer; lo que quiere cualquier persona es ser escuchada con atención e interés, para aceptar que su historia no es despreciable o sin importancia, intercambiar impresiones íntimas, sinsentidos, recuerdos a veces disparatados, sentimientos vitales con la terapeuta. A partir de ahí, sucede la magia. Muchos pacientes te dicen que dijiste lo adecuado en el momento adecuado, lo que necesitaban oír para poder cambiar; no lo creo, nadie cambia por una frase oportuna, quizás esa frase desencadena el cambio que ya estaba en marcha o la conciencia del cambio. El truco es estar en presente al lado de esa persona y decir o hacer lo que tu intuición, experiencia, empatía te dictan.
La empatía y cariño o amor terapéutico permanecen para siempre, no cambian con el trabajo que se hace. Creo que crece y se nutre de esas experiencias pasadas juntas, pero no sólo, luego llega a convertirse en una relación entre adultos equitativos, equivalentes cada uno con su sabiduría y su ignorancia; cuando la relación terapéutica se termina y se cierra el proceso, todo lo pasado juntas se convierte en una relación especial.

4: Expectativas
Para que suceda la magia tiene que haber paciencia por parte de la terapeuta, paciencia no como la de Job, sino ausencia de expectativas. El tiempo, el dinero y la curación son tres enemigos de la paciencia.
El tiempo en diafreo se mide con un reloj lento que ocupa muchas sesiones y que se opone a la exigencia del paciente de curarse ¡YA!
Hay que intentar a través de los resultados de las sesiones que acepten que la diafreo al igual que todas las metodologías holísticas, es lenta y pausada. Si la terapeuta se contagia de esa prisa y pretende acelerar el proceso, será un fracaso.
El paciente llega con un saco de exigencias y expectativas a la espalda que no tiene que condicionar a la persona que trabaja.
El dinero es otro problema para la terapeuta, no trabajamos sin cobrar, ponemos un precio a lo que hacemos y con ese dinero pretendemos mantener la sala o despacho abiertos, pero no debe ser óbice para condicionar a quién atendemos o qué promesas hacemos para que se quede y sea un paciente más que nos permite pagar el alquiler o no sentirnos inútiles.
La curación es la exigencia mayor que siempre nos plantean los pacientes. Quieren que les curemos o ayudemos a vivir mejor, teniendo en cuenta que cuando llegan suelen haber pasado por lo que llamo la peregrinación de fátima es decir ya han acudido a todas las terapias oficiales y demás que no les han sanado o quitado el dolor y pretenden que les hagas lo que nadie ha sabido y en un tiempo récord. Es un dardo envenenado en forma de reto que aumenta las expectativas para hacerlo mejor. Error si caes en ello.
La paciencia debe permitirte encontrar la manera de disminuir esa esperanzas del paciente sin caer en el paternalismo o prometer algo que no vas a cumplir. El paciente llega desesperado, dolido, triste, angustiado y más sentimientos que nos tocan los nuestros y salta nuestra necesidad de ayudar o de ser buena profesional o cualquier otra motivación por la que nos hemos hecho diafreistas, pero también debemos recordar que la curación o mejoría son éxitos del paciente y no nuestros. En diafreo estamos al lado con una metodología para que el paciente encuentre su camino hacia la salud, no somos magas ni milagreras. Por tanto la paciencia o ausencia de expectativas nos va a permitir darle la vuelta a lo que el paciente vomita en su primera consulta para convertirlo en motivo de trabajo o demanda que nos permitirá trabajar y hacer un contrato.

5: Eros y Pathos
Un cuerpo bello puede conllevar la excitación o estimulación sexual y/o erótica y pocos terapeutas están dispuestos a asumir que esa excitación es suya, no del paciente.
Esa situación es real y actual, no hay sublimación posible, lo que no es malo; es una emoción natural, el problema es cuando no se puede vivir cómodamente y se convierte en un defecto del que lo siente. Las emociones se bloquean, se reprimen, se posponen y es lo que hay que hacer para situarse en el presente del paciente. Es una emoción ligada a esa persona que es real, la persona y el deseo.
No suele haber nada explícitamente sexual en los pacientes, salvo enfermos. Todo es apariencia, seducción, erotismo propio y ajeno. Dependiendo del nivel de conciencia del terapeuta puede entrar en el juego o no, puede dejarse arrastrar al juego  apelando a que ambos son adultos, puede fingir que no pasa nada y mentir, cuando lo que se busca en diafreo es la sinceridad del cuerpo y sus mensajes
Pero entonces ¿qué hacer? Sincerarse? Mentir? Fingir?
Volvemos al inicio si consideramos las emociones que se presentan en la sesión como producto o resultado de la relación entre dos adultos y que son esas emociones las que permiten colocar, aceptar, re-colocar, re-memorar; el deseo erótico o sexual ¿podemos considerarlo una emoción? Podemos considerarlo material de trabajo? Es digno se hablarse? Es mejor callarse y disimular?
En las culturas en las que se habla más libremente de sexo esto casi ni se consideraría, forma parte de las relaciones humanas.
Nuestra cultura hace difícil tratar o hablar de sexo por lo que tenemos que tener en cuenta la cultura social del paciente para hablar de sexo y erotismo, sin olvidar que las terapeutas forman parte de esa cultura y la dificultad les atañe por igual.
Volvemos al criterio del terapeuta para saber si puede hablar con el paciente de ciertas emociones pero teniendo conciencia de no poner al paciente como excusa para no hacer lo correcto.
Por otro lado el poder entra en juego y puede haber un erotismo del poder que se confunde con el sexual, de manera que los pacientes que admiren al terapeuta por su sabiduría y le transfieran ese poder sobre ellos mismos, puede resultar nefasto hablar de deseo, erotismo o sexualidad porque esas personas no diferencian entre esa clase de erotismo y otro.
El erotismo que puede despertar un paciente siempre es cuestión del terapeuta y tiene que independizarlo del paciente.
Su objeto erótico no puede ser el cuerpo físico de un paciente que pide ayuda, el daño que produce en el sistema de relaciones del paciente es inmenso.
Quizás el sexo y erotismo tienen que ver con el cuerpo físico pero también con lo emocional, lo vivencial de ambos participantes, es a dúo, dos cuerpos adultos en teoría iguales que buscan lo mismo, lo cual está lejos de ser lo que pasa en la consulta.
En la sesión de diafreo se pone en juego lo que siente el paciente a través de su cuerpo para recuperar su vida, su historia, sus emociones perdidas, olvidadas o bloqueadas, por tanto, no son dos personas iguales, hay una demanda de ayuda por parte de alguien que considera que el terapeuta tiene alguna solución a su problema, ya no son iguales; esa desigualdad marca la diferencia del deseo, no es lo mismo desear a un igual que a una persona necesitada de nuestra ayuda.
Los pacientes no pueden ser un objeto erótico si la relación está bien planteada y hay un contrato claro.

6: Los duelos
Desde que nacemos, empezamos a perder. Perdemos el tiempo de vida porque caminamos hacia la muerte y perdemos multitud de cosas o personas a los que nos apegamos por necesidad de querer y sentirnos queridos. Todas esas pérdidas constituyen los duelos que cotidianamente hacemos para no arrastrar sentimientos que ya no nos pertenecen.
Básicamente al hacer un trabajo personal nos damos cuenta de la cantidad de duelos que no hemos llorado, moqueado o peleado y eso nos duele profundamente, porque pone de manifiesto lo torpes que podemos ser para gestionar sentimientos.
La universalidad de los duelos hace que cuando un paciente llora o rabia por su historia no resuelta, resuene con la de la terapeuta, lo cual es normal, pero manejar ese sentimiento de pérdida propio es lo que hay que aprender, puesto que interfiere y aleja de la postura del paciente. No se puede estar en misa y repicando.
Lo mejor es haber resuelto los duelos pasados y saber resolver los que se presentan cotidianamente; te permite colocarte en un lugar en el que tu atención está en la sala, con el paciente.


Otras cualidades de la terapeuta
La emoción del paciente surge cuando se da cuenta que lo que le está pasando pertenece a su vida, reconoce el dolor o la emoción que le embarga como propia. Esto toca y trastoca, conmueve y mueve y dejarlo sentir y vivir es lo que hay que respetar, sin intervención del terapeuta para no alterar.
“La verdad absoluta y objetiva no existe en diafreo”. Todo pertenece al mundo del paciente quien debe interpretarlo, utilizarlo, compartirlo si quiere.
La terapeuta espera a si el paciente le hace partícipe de ese mundo o por el contrario, no quiere o no puede hacerlo.
Saber cuándo preguntarle o animarle a hablar es otro arte.
La humildad de reconocer los límites de cuándo hacer o decir, son beneficiosos para el paciente. No hay que corregir, puesto que no hay bueno y malo, no hay juicio ni control, todo es susceptible de utilizarse en beneficio del paciente.
La enfermedad provoca sufrimiento pero no estupidez o insensibilidad lo que muchas personas confunden sobre todo en nuestro sistema sanitario, el antídoto es la dignidad, tratar con dignidad tanto al paciente como a su historia y su situación.
La humildad de aceptar que lo que pasa en la consulta no es mérito del terapeuta sino del paciente y la dignidad de asumir con respeto todo lo que el paciente necesita depositar en la terapeuta como testigo de su sufrimiento y espejo de su situación.
La terapia de diafreo se convierte en un viaje emocionante, novedoso, estimulante que no aburre ni cansa porque es un viaje hacia dentro de una misma, por caminos inexplorados que descubren historias ocultas, confusas, veladas con el cuerpo como vehículo y guía. No se puede juzgar un viaje así desde fuera por mucha formación que se tenga o muy sabio que se crea ser.
La persona que acude a diafreo necesita verse e imaginarse desde otro lugar para cambiar la perspectiva de sí misma y transitar un camino hacia la curación o por lo menos hacia el cambio. Ser testigo de ello es siempre, maravilloso.

En el próximo escrito hablaré sobre
Los duelos
La transferencia y proyecciones