viernes, 15 de septiembre de 2017

Las Resistencias



 LAS RESISTENCIAS. - Pasos terapéuticos.

En Diafreo llamamos resistencias a las diferentes actitudes que aparecen en la persona, la mayor parte de las veces inconscientes, para defenderse del trabajo terapéutico.
El sistema defensivo que, en su día, le ayudó a sobrevivir física y psíquicamente, está integrado en la personalidad de tal manera que, en la actualidad, la persona, identificada con su sistema defensivo, no tiene conciencia de su existencia, no lo asume como tal, y tampoco conoce las posibilidades que podrían abrirse al soltarlo.
Aunque produzca síntomas, nos impida vivir plenamente y nos aprisione, el sistema defensivo está integrado como garantía de un cierto equilibrio y de un nivel aceptable de supervivencia física y psíquica. Por eso deshacer los engranajes de este sistema defensivo nos enfrenta a lo desconocido y a los miedos inconscientes que este sistema encubre.
Aunque la demanda al iniciar una terapia sea liberarse del malestar, al incidir mediante el trabajo de la Diafreo de manera directa sobre las estructuras defensivas, éstas, al haber sido integradas como un mecanismo de supervivencia, entrarán en acción para protegerse. Aparecerán entonces lo que llamamos las resistencias.
Sin embargo, la persona que se defiende en la terapia, lo hace de una manera inconsciente, pues su propio mecanismo de defensa engaña a su mente consciente.
Si no son detectadas en la terapia, estas resistencias pueden hacer fracasar el trabajo terapéutico.

El sistema defensivo se organiza en el cuerpo mediante tensiones musculares y viscerales.
Estas rigideces condicionan la forma del cuerpo, que, a su vez, condiciona y modula la circulación de la información. En consecuencia, la percepción de un@ mism@ y del exterior y la capacidad de respuesta quedan también condicionados

A nivel físico, estas rigideces evitan una postura o un movimiento que podría provocar o despertar un dolor físico, antiguo o actual.
Pero, al inhibir el flujo de información de nuestros sistemas sensorial y nervioso, se disminuye o inhibe también el impacto emocional de una información. De este modo movimientos que llevarían a una acción que en su día hubiera sido conflictiva, quedan bloqueados.
Para vivir y movernos integrando este sistema y no darnos cuenta de nuestras limitaciones, utilizamos vías alternativas musculares y nerviosas en sustitución de las que quedaron bloqueadas en la actual forma del cuerpo.
Sin embargo, al poner el cuerpo en las posturas de estiramiento que inciden sobre los músculos contraídos, al solicitar un movimiento perdido, impidiendo la utilización de las vías alternativas o al desbloquear la respiración, aparecerá, muy probablemente, una resistencia, la mayor parte de las veces inconsciente, para no soltar estos mecanismos defensivos. Pues estos mecanismos fueron importantes en su día para la supervivencia física y psíquica y como tal están integrados.

Formas de resistencia en la sesión
Estas resistencias aparecerán en la sesión, ante todo a nivel físico, mediante las compensaciones. También como imposibilidad de realizar o comprender ciertos movimientos.
Aparecerán también bajo forma de ataques de sueño y distracciones cuando, eliminada toda compensación, el movimiento perdido o la percepción perdida de una parte del cuerpo, aparecerían inevitablemente. Otra forma de resistencia puede presentarse mediante dolores, molestias, cosquillas etc. en el lugar que trabajamos o en otro completamente alejado, de forma que acaban distrayendo la atención del punto conflictivo. También mediante la palabra, llevando la conversación por otros derroteros.
Todas estas situaciones, muchas veces sutiles y que, a menudo, lograrán su finalidad, serán consideradas como resistencias cuando se repitan e impidan el trabajo previsto.
La labor del/de la terapeuta será descodificar estos mecanismos de defensa en su cuerpo, hacerlos poco a poco conscientes a su cliente, y dar propuestas para atravesarlas.

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A nivel psíquico este sistema defensivo determinará una forma de relación y comportamiento en la vida cotidiana y en la sesión.

Podemos encontrarnos, en primer lugar, con las resistencias formales. Se trata de las actitudes sociales de relación que son las primeras que utilizará con nosotr@s. Suelen ser actitudes estereotipadas para mostrarse hacia el exterior y que encubren los sentimientos. Por ejemplo, una excesiva educación, una amabilidad forzada, una actitud estudiadamente cínica...muchas veces expresando lo opuesto a lo que encubre o una forzada alegría puede encubrir una gran tristeza, como si sonriendo siempre, se asegurase que la tristeza existente nunca aparecerá.
Por tanto, en la sesión aparecerán las actitudes sociales que la persona ha desarrollado para, soslayando sus problemas, relacionarse con el entorno.
Todo ello se evidenciará en la relación transferencial.

Estas resistencias se manifestarán también en la reproducción de situaciones parentales conocidas y en la repetición de los mecanismos que la persona tuvo que utilizar en su vida para conseguir la aprobación, el amor o un lugar.
Siempre que alguna situación se repita muchas veces empezaremos a considerarla como mecanismo de resistencia. Por ejemplo, si la persona llora de forma repetitiva y no muestra otras emociones. Lo que podría ser deseable en una persona acorazada que no logra conectar con sus emociones, acaba siendo una resistencia en otras, si esta manifestación impide continuar el trabajo y encubre otras emociones.

En Diafreo, tenemos en cuenta los dos aspectos, físico y psíquico, aunque nunca pueden desvincularse uno de otro ya que el cuerpo es la materialización de los procesos psíquicos y el instrumento para la expresión.
Los aspectos psíquicos son siempre expresados corporalmente y las tensiones físicas tienen siempre un aspecto psicológico.

¿Cómo actuamos?
a)- En una primera fase, observamos simplemente. Tomamos nota de estas primeras impresiones.
¿Qué transmite la actitud corporal de esta persona?, ¿qué expresa?, ¿corresponde a lo que ella cuenta?, ¿cómo mira?, ¿mira o intenta evitar la mirada?, ¿sonríe siempre?, ¿cómo es su voz?, ¿habla mucho, poco?, ¿de sí misma?, ¿siempre de sus dolores?, ¿siempre de los demás?, ¿qué nos transmite su voz?
Durante la sesión: ¿Se queja si le duele?, ¿se ríe?, ¿está muy callada?, ¿corresponde lo que nos dice a la expresión que vemos en su rostro y en su actitud corporal?, ¿le resulta difícil mantener los ojos abiertos?, ¿se duerme?, ¿trabaja con la fuerza?, ¿habla mucho?, ¿lleva la conversación a temas alejados de lo que está sucediendo en la sesión?...

Difícilmente llegaremos a un trabajo en profundidad si no podemos atravesar estas resistencias mas formales. Sin embargo, siempre hay que dejar un espacio de transición y no ponerlas bruscamente al descubierto. Será importante evitar entrar en el juego social que representan. Si conservamos una actitud terapéutica, la mayoría de las veces, estas defensas dejarán de actuar por si solas al dejar de tener utilidad.
La actitud del/de la terapeuta es importante, cuidando de no minimizar, no generalizar, ningún dolor, ninguna información, estando atent@s a captar lo que la persona expresa detrás de su capa más social. Guardando una actitud atenta y dispuesta a la vez que cuidando de no entrar en los juegos defensivos de la persona (seducción, agresión, cinismo, negatividad etc.) El espacio terapéutico debe cuidarse desde el primer día. Los mecanismos de defensa más superficiales caerán al encontrarse con un espacio de confianza, de no juicio, de escucha, y de invitación a la escucha de un@ mism@. Y sobre todo al aprender a estar y escuchar al cuerpo.
Puesto que La Diafreo tiene esta gran capacidad de reestructuración de las estructuras básicas físicas y por lo tanto psíquicas, a medida que el/la cliente vaya descubriendo una nueva manera de vivirse y comprenderse, la máscara social irá cayendo.
De todas formas, será importante como terapeutas detectar estas defensas porque el juego social destruiría la relación terapéutica.

Capas más profundas de resistencia:
La función de espejo.
Tanto frente a estas resistencias más superficiales como en las que irán apareciendo a lo largo de la terapia, nuestra principal herramienta de trabajo será la función de espejo.
El espejo se limita a reflejar. No juzga, muestra.

b)  En una primera fase simplemente mostramos. Podemos utilizar la frase “¿Te das cuenta de que...?”
 Por ejemplo:
¿te das cuenta de que...
...te ríes cuando te duele?
...hablas mucho durante la sesión?
...utilizas mucho la fuerza? 
...tensas mucho el vientre?
...mueves el pie cuando respiras?
...siempre te duele en otro lugar cuando trabajamos las piernas?
Así vamos observando y mostrando, haciéndolos conscientes, sus mecanismos.
Cómo, por ejemplo, se tensa siempre lordosando al hablar de un determinado tema, cómo siempre se duerme al trabajar una determinada parte del cuerpo, como se ríe siempre al comentar temas tristes o dolorosos, como se enfada o bien se calla cuando le duele, como minimiza lo que le sucede y así un largo etc.

c) Segunda fase. Cuando la persona va dándose cuenta de sus mecanismos, cuando puede decir: “si, me doy cuenta”, podemos preguntar “¿por qué?”.
¿te das cuenta de que tensas siempre el vientre cuando hablas?, ¿por qué crees que lo haces? ¿puedes sentirlo?
¿por qué crees que haces todo con tanto esfuerzo?
¿por qué crees que te ríes cuando te duele?
¿por qué crees que te vas con la mirada?
¿por qué crees que tensa de nuevo el cuello, la ingle, el vientre etc.?
¿qué crees que está expresando este pequeño movimiento de la mano? Siéntelo.

d)  En una tercera fase vendría la propuesta de cambio.
“Intenta contar lo mismo sin tensar el vientre. Te puedo ayudar (masaje suave y firme inhibiendo la tensión). ¿Qué sientes así? Escucha ahora tu voz ¿qué expresa?
“Intenta dejar que el brazo se estire sin ningún esfuerzo. Observa lo que sientes, o como lo vives, o qué significa para ti estirar con tensión o sin ella.”
 “Si te das cuenta de que siempre te ríes cuando te duele, si crees que lo haces para evitar expresar otra cosa, o si no sabes por qué, yo te invito a probar otra manera. Por ejemplo, simplemente no reír y observar lo que sientes.”
“Intenta mantener la mirada.” Intenta saber cuándo te irías con ella. ¿Qué sientes si intentas no seguir este primer impulso? ¿Qué significa para ti?
“Intenta entrar en este pequeño movimiento y sentirlo, Amplíalo más y más. ¿Qué expresa? ¿Que sientes?

e)  Cuarta fase. La elaboración suele aparecer espontáneamente si hay la escucha y el espacio para ello, o podemos facilitarla más adelante preguntando, por ejemplo, cómo relaciona lo que ocurre en la sesión con su vida cotidiana y con su infancia.
“Cuando algo te duele en tu vida cotidiana: ¿te ríes también?, ¿Por qué crees que lo haces? ¿Qué habría sucedido, en tu infancia si te hubieras quejado, enfadado o llorado?”

 f) Quinta fase. La aplicación a la vida cotidiana.
Lo que ha sucedido en la sesión se puede aplicar a la vida cotidiana. Proponerle observar, preguntarse, intentar un cambio.
No es suficiente darse cuenta y elaborar. Todo ello podría quedar solamente para el intervalo de la sesión, como si de otro plano de realidad se tratara. Es necesario invitar a la observación en la vida cotidiana. La información corporal revela datos acerca de un@ mism@ inestimables. Hay que proponer observar sus reacciones corporales y relacionarlas con sus situaciones vitales.
¿En qué circunstancia utiliza estos mecanismos de resistencia en su vida cotidiana? ¿En qué momentos vuelve la tensión o el dolor? ¿O los síntomas conocidos? Si intenta cambiar los mecanismos descubiertos en la sesión (en este ejemplo reír), ¿qué implica este cambio al nivel de los sentimientos? ¿Y de su relación con los demás? ¿Qué ocurre con su actitud corporal? ¿Cuándo vuelve a doblarse, a cerrar el pliegue?
¿Qué sucede cuando no puede expresarse? ¿Donde siente el bloqueo? Etc. Esta observación va afinándose a medida que se van descubriendo nuevos datos en la sesión. Y, será llevándolos a la conciencia de lo cotidiano, cuando aparecerá el deseo de cambio. Desde los cambios en la vida cotidiana es cuando aparecen los grandes cambios. Si no, la terapia corporal, podría correr el peligro de convertirse en una herramienta de mantenimiento para poder continuar soportando situaciones destructivas.

Observación durante la elaboración. -
Después de haber soltado una zona de tensión, abierto un bloqueo, descubierto una emoción, una memoria etc. hay que continuar vigilando, pues de manera sutil, las resistencias tendrán tendencia a aparecer de nuevo impidiendo la aparición de la información que, por motivos conocidos o desconocidos, la persona había cerrado a la percepción. Así, mientras la persona descarga, elabora, cuenta o simplemente habita y siente, continuamos observando e impidiendo todo tipo de bloqueo que aparezca en: la respiración, vértebras, lordosis, escalenos, diafragma, axilas, ingles, piernas, pies, manos y todas las zonas que esta persona tiene tendencia a bloquear.
Porque solamente siendo aceptada y/o elaborada sin cerrar de nuevo la nueva sensación, emoción o memoria, podrá verdaderamente ser integrada.

Compensaciones, resistencias y relación terapéutica.
Aunque difícilmente se pueden desligar las resistencias físicas y psíquicas, puesto que el cuerpo expresa con su actitud el carácter de la persona, podemos observar en la sesión, que las compensaciones que se trabajan desde la óptica mezierista son la manifestación física de las resistencias de las que se habla en el psicoanálisis. Pueden tener una lectura a nivel mecánico puesto que siguen siempre la trayectoria de las cadenas musculares y otra a nivel psicológico. Suelen ser completamente inconscientes o, aunque sean conscientes, son difícilmente evitables desde la voluntad de la persona.
A nivel mecánico podemos decir que las cadenas musculares intentan siempre conservar su misma longitud y al ser estiradas en un punto acortan en otro, para conservar siempre su longitud adquirida. Solamente cederán si no tienen otra alternativa. Esto sucederá cuando impidamos las compensaciones, las vías alternativas o defensivas.  Así, al impedir las vías alternativas, obligamos, de esta forma, al sistema nervioso a abrir los circuitos que estaban cerrados.
Por ello, al ser la terapia la que atenta contra esta organización defensiva, la persona utilizará medios para conservarla, aunque a nivel consciente quiera cambiarla.
Aparecerán las compensaciones, y otras defensas de tipo psicológico, como por ejemplo hablar mucho para no trabajar o para no sentir lo que ocurre en su cuerpo o su inconsciente, sentir siempre un dolor en otro lugar del que estamos trabajando, olvidarse de la sesión, enfadarse con algún hecho relacionado con la sesión. Puede también decidir, en momentos de resistencia, parar el proceso terapéutico concluyendo, desde el razonamiento, que no necesita más sesiones, o bien priorizar los impedimentos cotidianos para no asistir a la sesión, llegar tarde, etc. Podemos suponer, entonces, que todos estos mecanismos defensivos indican que su estructura defensiva, en estos momentos está moviéndose. Es un dato importante para tener en cuenta y que hay que exponer con tacto.

Las resistencias, también, del/de la terapeuta.
Cuando el trabajo terapéutico pasa por un parón, por la rutina y el aburrimiento, siempre hay que preguntarse si estarán actuando los mecanismos de resistencia.
Estos mecanismos no son exclusivos de l@s clientes y pueden también ser los propios del/de la terapeuta que puede inconscientemente temer que al movilizar las estructuras del/de la cliente se muevan las suyas propias, y también temer a los afectos que el/la cliente le mueve. También puede querer evitarle el sufrimiento que supone enfrentarse a ciertas memorias. Por esto es tan importante el propio proceso terapéutico y recurrir a una revisión en estos casos para que nos ayude a clarificarnos.
Si el/la terapeuta cae en los juegos defensivos del/de la cliente, que a veces son extremadamente sutiles, los mecanismos de defensa no habrán hecho más que reorganizarse y reforzarse.

Sin embargo, cuando ocurre este parón o estancamiento en la sesión o el/la cliente se vuelve agresivo, o aparecen dolores, críticas etc. no puede ni debe ser achacado solamente a los mecanismos de resistencia del/de la cliente, sino que todo ello debe pasar siempre por una seria reflexión sobre nuestro trabajo y la parte de responsabilidad que podamos tener en esta situación. No pueden atribuirse las críticas negativas del/de la cliente solamente a los mecanismos de defensa. Hay que sopesarlo, sin sentimientos de culpa, pero con responsabilidad, sabiendo que también actúan las propias resistencias, o que podamos haber tenido fallos en nuestro trabajo. Todo ello debe ser reconocido para poder continuar avanzando.
Por lo tanto, hay que tener siempre presente que los mecanismos de defensa que la persona haya tenido que integrar en su vida, van a aparecer. Que estos mecanismos pueden incluso llevar a la persona a una postura agresiva si éste es su sistema. Y verlo así, como un mecanismo de defensa que nuestra actuación sobre su coraza ha despertado, evitará que caigamos en el juicio y nos ayudará a atravesar estas difíciles circunstancias.
Es solamente si todo ello puede suceder en un espacio terapéutico donde lo que sucede es tomado como un dato para intentar comprender y no como una ofensa personal o un juicio hacia nuestro trabajo, que el mecanismo defensivo podrá poco a poco ser sustituido por uno más operativo y que no produzca dolor.

La clave para atravesar este sistema defensivo está: en trabajar en un plano más profundo, en no caer nunca en el juicio, ni del/de la terapeuta, ni del autojuicio del/de la cliente, sino en el intento de comprensión.
Cuando aparecen las resistencias hay que utilizar la función de espejo, plantear la situación y pedir el consentimiento del/de la cliente. Así podremos utilizar nuestros conocimientos para ayudar a la persona a darse cuenta y atravesar estas zonas de resistencia.


El si profundo.
La capa más profunda de la resistencia es la falta de lo que yo llamo el “sí profundo”. Es la implicación definitiva de un@ mismo en el proceso de cambio. Es aceptar dejar de esperar de afuera lo que la persona debía haber recibido en su día y no recibió, y decidirse a hacer un proceso interno, no para los demás, no para tener la aprobación del/ de la terapeuta y el entorno, no para cambiar a los demás, no porque el universo se lo debe, sino para si mism@.
Esto implica la aceptación del duelo, dejar la esperanza de que un día el exterior será el proveedor de lo que falta: amor, autoestima, autodefensa etc. Implica también aceptar un determinado grado de soledad, de confianza y fe en un proceso que, al fin y al cabo, le es desconocido.
Este proceso se facilita trabajando en los planos más profundos de conciencia. Trabajar en un plano más profundo significa la conexión con el plano de lo sutil y con el Espacio Interno. El trabajo con la Energía, y en un plano más profundo con el Espacio Interno ayuda a las personas a no quedarse tan fijadas en los conflictos de la coraza y vivir la experiencia de una parte siempre intacta de si mismos. Será a partir de la experiencia de este punto de referencia interno cuando la persona podrá atravesar las resistencias que le impiden lanzarse hacia el cambio profundo y buscar su equilibrio interno. Y poder dejar de luchar consigo mism@, con sus conflictos internos entre lo que es y lo que “debería” ser.
Al igual que encendiendo la luz, alejamos la oscuridad de una habitación, es esta parte de luz la que hay que ayudar a crecer. Es donde se encuentra la fuerza y la confianza, y serán ellas las que alejarán el miedo y proporcionarán nuevas herramientas para atravesar las resistencias.
Sin por ello dejar de trabajar siempre abriendo el camino a través de los demás planos: observando, abriendo y elaborando todo lo que lo impida.
Es la experiencia lo que permite creer y transformarnos. La experiencia no necesita la fe, pero debe ser repetida para que un@ pueda saber que es real.


El papel de la terapeuta es ser el/la aliad@ de esta parte luminosa y no el perseguidor de la negrura.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Transferencia y proyecciones



7: Transferencia y proyecciones

Cuando el paciente nos relata su padecer, se imbrica con nuestro propio relato llegando a desaparecer los límites de tal manera que su sufrimiento es el nuestro y salen a la luz emociones y sentimientos que estaban agazapados en algún lugar, perdiendo su identidad lo que provoca que los límites de “lo mío” con “lo suyo” se borren y se confundan los relatos, las emociones y los sentimientos de los dos personajes, dejando de ser un diálogo para convertirse en dos monólogos.
Esto hace que cualquier persona que trabaja con la relación terapéutica huya de la identificación y se enmascare tras un personaje aséptico que ni sufre ni padece. Son los dos extremos de una posible relación terapéutica.
Pero el paciente necesita narrarnos lo que le está ocurriendo y necesita un interlocutor válido. Negar los sentimientos que nos desencadena, es negar la importancia y trascendencia de su sufrimiento. La objetividad es imposible.
Freud dijo, hablando de la transferencia que llegaba a cualquier relación de la vida cotidiana. Pero se olvidó de deshacer la maldición que sobre ella construyó y que hasta hoy en casi todos los escritos se habla como si fuera la peste de la relación terapéutica.
Para mí es un ingrediente más que no hay que combatir, sino integrar y trabajar para que no sea negativa. Trabajamos con los sentimientos y emociones que se mueven en la relación en ambos sentidos, no sólo con los del paciente.
El paciente observa, mira, deduce, examina y saca sus conclusiones del terapeuta, intentar esconder, maquillar o disimular es tarea casi imposible.
Ni la compasión ni la cautela ni el cuidado es lo que busca en la terapeuta, busca verdad, realidad, sinceridad, eficacia y sabiduría entre otras, o todo ello, pero en la medida correcta. ¡Qué difícil!
La manipulación del paciente es a veces práctica habitual como un camino más corto para que suceda lo que quiero que pase y evitar o acallar la opinión del paciente que me incomoda o no quiero oír y, sin embargo, es su opinión la que cuenta y la que nos permite trabajar.
Cuando se habla de la transferencia positiva o negativa y la contratransferencia en realidad se está hablando de la empatía, subjetividad, historia de vida y de neuronas espejo.
En las relaciones de la vida cotidiana empleamos lo mismo para relacionarnos entre nosotros, los seres que integramos nuestro pequeño mundo emocional y esta relación, mediatizada, matizada, aumentada o disminuida por la enseñanza y la práctica, es la que utilizamos en la terapia con nuestros pacientes. Por tanto, seremos las terapeutas que somos en la vida cotidiana matizadas por un aprendizaje.
Las neuronas espejo sirven originalmente para reconocer a los tuyos y ser reconocido, para tener sensación de tribu, de ser como los demás, de identificación con un prototipo de comportamiento que implica emociones, sentimientos y valores, es decir, las neuronas espejo permiten construirte un Yo en relación con el Tú, el Otro.
Este proceso de construcción del Yo es la identidad y puede ser un proceso largo, para toda la vida, no es fijo o estático. Por tanto, la relación terapéutica pone en evidencia la construcción de esa identidad de ambos protagonistas, la del terapeuta y la del paciente, en interacción, vital, en movimiento continuo. Pretender hacer una sesión de diafreo, en la que la identidad corporal se pone en movimiento en relación al Otro, sin que se mueva un pelo o sin sentir nada es de locos, en el sentido de perder la razón, y es no entender nada de lo que pasa en una relación terapéutica.
Continuamente la terapeuta evalúa el reconocimiento por parte del paciente, como un examen que hay que aprobar, puesto que ser reconocida es necesario para construir el Yo, pero tener una buena formación significa saber dónde, cuándo, en qué momento tengo que ser reconocida y en cuáles puedo aparcar o posponer esa necesidad, hacerla consciente y asumirla en el momento adecuado. ¡Ay de aquel paciente que tiene un terapeuta con un Yo deficiente o poco estructurado! porque será utilizado para reconstruir la identidad del terapeuta, a través del reconocimiento y la admiración. Es un proceso imparable por necesidad vital y se busca en aquellas personas que tienen algo de los personajes que nos han hecho sufrir o que han impedido nuestra maduración como adultas, los pacientes necesitan creer que la terapeuta tiene las claves de su curación y está dispuesto a sentir, pensar, creer lo que sea con tal de conseguirlo. Si la terapeuta está necesitada también, convierte la terapia del paciente en su propia terapia, dejando al paciente abandonado, solo y traicionado. He visto personas desoladas, devastadas por un terapeuta manipulador.

Para mí, la transferencia y contratransferencia no es un defecto ni un problema, es un ingrediente más de la relación terapéutica, con la que trabajo para ayudar al paciente y para conocerme mejor.