7:
Transferencia y proyecciones
Cuando
el paciente nos relata su padecer, se imbrica con nuestro propio relato
llegando a desaparecer los límites de tal manera que su sufrimiento es el
nuestro y salen a la luz emociones y sentimientos que estaban agazapados en
algún lugar, perdiendo su identidad lo que provoca que los límites de “lo mío”
con “lo suyo” se borren y se confundan los relatos, las emociones y los
sentimientos de los dos personajes, dejando de ser un diálogo para convertirse
en dos monólogos.
Esto
hace que cualquier persona que trabaja con la relación terapéutica huya de la
identificación y se enmascare tras un personaje aséptico que ni sufre ni padece.
Son los dos extremos de una posible relación terapéutica.
Pero
el paciente necesita narrarnos lo que le está ocurriendo y necesita un
interlocutor válido. Negar los sentimientos que nos desencadena, es negar la
importancia y trascendencia de su sufrimiento. La objetividad es imposible.
Freud
dijo, hablando de la transferencia que llegaba a cualquier relación de la vida
cotidiana. Pero se olvidó de deshacer la maldición que sobre ella construyó y
que hasta hoy en casi todos los escritos se habla como si fuera la peste de la
relación terapéutica.
Para
mí es un ingrediente más que no hay que combatir, sino integrar y trabajar para
que no sea negativa. Trabajamos con los sentimientos y emociones que se mueven
en la relación en ambos sentidos, no sólo con los del paciente.
El
paciente observa, mira, deduce, examina y saca sus conclusiones del terapeuta,
intentar esconder, maquillar o disimular es tarea casi imposible.
Ni
la compasión ni la cautela ni el cuidado es lo que busca en la terapeuta, busca
verdad, realidad, sinceridad, eficacia y sabiduría entre otras, o todo ello,
pero en la medida correcta. ¡Qué difícil!
La
manipulación del paciente es a veces práctica habitual como un camino más corto
para que suceda lo que quiero que pase y evitar o acallar la opinión del
paciente que me incomoda o no quiero oír y, sin embargo, es su opinión la que
cuenta y la que nos permite trabajar.
Cuando
se habla de la transferencia positiva o negativa y la contratransferencia en
realidad se está hablando de la empatía, subjetividad, historia de vida y de
neuronas espejo.
En
las relaciones de la vida cotidiana empleamos lo mismo para relacionarnos entre
nosotros, los seres que integramos nuestro pequeño mundo emocional y esta
relación, mediatizada, matizada, aumentada o disminuida por la enseñanza y la
práctica, es la que utilizamos en la terapia con nuestros pacientes. Por tanto,
seremos las terapeutas que somos en la vida cotidiana matizadas por un aprendizaje.
Las
neuronas espejo sirven originalmente para reconocer a los tuyos y ser
reconocido, para tener sensación de tribu, de ser como los demás, de
identificación con un prototipo de comportamiento que implica emociones,
sentimientos y valores, es decir, las neuronas espejo permiten construirte un
Yo en relación con el Tú, el Otro.
Este
proceso de construcción del Yo es la identidad y puede ser un proceso largo,
para toda la vida, no es fijo o estático. Por tanto, la relación terapéutica
pone en evidencia la construcción de esa identidad de ambos protagonistas, la
del terapeuta y la del paciente, en interacción, vital, en movimiento continuo.
Pretender hacer una sesión de diafreo, en la que la identidad corporal se pone
en movimiento en relación al Otro, sin que se mueva un pelo o sin sentir nada
es de locos, en el sentido de perder la razón, y es no entender nada de lo que
pasa en una relación terapéutica.
Continuamente
la terapeuta evalúa el reconocimiento por parte del paciente, como un examen
que hay que aprobar, puesto que ser reconocida es necesario para construir el
Yo, pero tener una buena formación significa saber dónde, cuándo, en qué
momento tengo que ser reconocida y en cuáles puedo aparcar o posponer esa
necesidad, hacerla consciente y asumirla en el momento adecuado. ¡Ay de aquel
paciente que tiene un terapeuta con un Yo deficiente o poco estructurado!
porque será utilizado para reconstruir la identidad del terapeuta, a través del
reconocimiento y la admiración. Es un proceso imparable por necesidad vital y
se busca en aquellas personas que tienen algo de los personajes que nos han
hecho sufrir o que han impedido nuestra maduración como adultas, los pacientes
necesitan creer que la terapeuta tiene las claves de su curación y está
dispuesto a sentir, pensar, creer lo que sea con tal de conseguirlo. Si la
terapeuta está necesitada también, convierte la terapia del paciente en su
propia terapia, dejando al paciente abandonado, solo y traicionado. He visto
personas desoladas, devastadas por un terapeuta manipulador.
Para
mí, la transferencia y contratransferencia no es un defecto ni un problema, es
un ingrediente más de la relación terapéutica, con la que trabajo para ayudar
al paciente y para conocerme mejor.
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