lunes, 4 de septiembre de 2017

Transferencia y proyecciones



7: Transferencia y proyecciones

Cuando el paciente nos relata su padecer, se imbrica con nuestro propio relato llegando a desaparecer los límites de tal manera que su sufrimiento es el nuestro y salen a la luz emociones y sentimientos que estaban agazapados en algún lugar, perdiendo su identidad lo que provoca que los límites de “lo mío” con “lo suyo” se borren y se confundan los relatos, las emociones y los sentimientos de los dos personajes, dejando de ser un diálogo para convertirse en dos monólogos.
Esto hace que cualquier persona que trabaja con la relación terapéutica huya de la identificación y se enmascare tras un personaje aséptico que ni sufre ni padece. Son los dos extremos de una posible relación terapéutica.
Pero el paciente necesita narrarnos lo que le está ocurriendo y necesita un interlocutor válido. Negar los sentimientos que nos desencadena, es negar la importancia y trascendencia de su sufrimiento. La objetividad es imposible.
Freud dijo, hablando de la transferencia que llegaba a cualquier relación de la vida cotidiana. Pero se olvidó de deshacer la maldición que sobre ella construyó y que hasta hoy en casi todos los escritos se habla como si fuera la peste de la relación terapéutica.
Para mí es un ingrediente más que no hay que combatir, sino integrar y trabajar para que no sea negativa. Trabajamos con los sentimientos y emociones que se mueven en la relación en ambos sentidos, no sólo con los del paciente.
El paciente observa, mira, deduce, examina y saca sus conclusiones del terapeuta, intentar esconder, maquillar o disimular es tarea casi imposible.
Ni la compasión ni la cautela ni el cuidado es lo que busca en la terapeuta, busca verdad, realidad, sinceridad, eficacia y sabiduría entre otras, o todo ello, pero en la medida correcta. ¡Qué difícil!
La manipulación del paciente es a veces práctica habitual como un camino más corto para que suceda lo que quiero que pase y evitar o acallar la opinión del paciente que me incomoda o no quiero oír y, sin embargo, es su opinión la que cuenta y la que nos permite trabajar.
Cuando se habla de la transferencia positiva o negativa y la contratransferencia en realidad se está hablando de la empatía, subjetividad, historia de vida y de neuronas espejo.
En las relaciones de la vida cotidiana empleamos lo mismo para relacionarnos entre nosotros, los seres que integramos nuestro pequeño mundo emocional y esta relación, mediatizada, matizada, aumentada o disminuida por la enseñanza y la práctica, es la que utilizamos en la terapia con nuestros pacientes. Por tanto, seremos las terapeutas que somos en la vida cotidiana matizadas por un aprendizaje.
Las neuronas espejo sirven originalmente para reconocer a los tuyos y ser reconocido, para tener sensación de tribu, de ser como los demás, de identificación con un prototipo de comportamiento que implica emociones, sentimientos y valores, es decir, las neuronas espejo permiten construirte un Yo en relación con el Tú, el Otro.
Este proceso de construcción del Yo es la identidad y puede ser un proceso largo, para toda la vida, no es fijo o estático. Por tanto, la relación terapéutica pone en evidencia la construcción de esa identidad de ambos protagonistas, la del terapeuta y la del paciente, en interacción, vital, en movimiento continuo. Pretender hacer una sesión de diafreo, en la que la identidad corporal se pone en movimiento en relación al Otro, sin que se mueva un pelo o sin sentir nada es de locos, en el sentido de perder la razón, y es no entender nada de lo que pasa en una relación terapéutica.
Continuamente la terapeuta evalúa el reconocimiento por parte del paciente, como un examen que hay que aprobar, puesto que ser reconocida es necesario para construir el Yo, pero tener una buena formación significa saber dónde, cuándo, en qué momento tengo que ser reconocida y en cuáles puedo aparcar o posponer esa necesidad, hacerla consciente y asumirla en el momento adecuado. ¡Ay de aquel paciente que tiene un terapeuta con un Yo deficiente o poco estructurado! porque será utilizado para reconstruir la identidad del terapeuta, a través del reconocimiento y la admiración. Es un proceso imparable por necesidad vital y se busca en aquellas personas que tienen algo de los personajes que nos han hecho sufrir o que han impedido nuestra maduración como adultas, los pacientes necesitan creer que la terapeuta tiene las claves de su curación y está dispuesto a sentir, pensar, creer lo que sea con tal de conseguirlo. Si la terapeuta está necesitada también, convierte la terapia del paciente en su propia terapia, dejando al paciente abandonado, solo y traicionado. He visto personas desoladas, devastadas por un terapeuta manipulador.

Para mí, la transferencia y contratransferencia no es un defecto ni un problema, es un ingrediente más de la relación terapéutica, con la que trabajo para ayudar al paciente y para conocerme mejor.

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