Cómo ayudar a una persona que viene con
una demanda de tipo psicológico, a relacionar su cuerpo y su psique.
MALEN CIREROL
Cuando una persona con problemas psicológicos acude a nosotr@s tiene
alguna noción, aunque sea solamente un concepto intelectual, de que un trabajo
corporal puede ayudarle a sentirse mejor.
Cuando Conchita vino a verme, estuvo largo rato contándome sus
depresiones. Había hecho una terapia de tipo conductista, sus síntomas habían
mejorado y las depresiones eran más
espaciadas. Se sentía más satisfecha en sus relaciones gracias a que
había aprendido a actuar de una manera
menos conflictiva .
Sin embargo persistía en ella una sensación de tensión permanente, que
le impedía ser espontánea en sus actos y vivir las situaciones relajadamente.
Ella decía que no tenía nunca la sensación de sentirse bien. A menudo tenía
angustia.
Quería aprender a relajarse. Le habían aconsejado venir a verme diciéndole que este trabajo la
podía ayudar.
Tenía un aspecto muy pulcro: bien vestida, bien maquillada, sin un cabello fuera de su sitio. En conjunto
daba la sensación de rigidez, como si no pudiera permitirse ningún movimiento
que pusiera en peligro esta imagen perfecta. Su voz era funcional y bien matizada e intercalaba sonrisas
frecuentes durante su relato. Cuando hablaba de sus problemas, aparecía de vez
en cuando una expresión muy triste en su voz y sus ojos, pero rápidamente
recuperaba su expresión habitual.
Al hacer la lectura corporal lo que más llamaba la atención, era una gran lordosis que implicaba toda la
columna hasta la séptima vértebra cervical. A partir de la séptima cervical la
curva de las cervicales era casi inexistente.
Había también mucha tensión en la cintura escapular. Las clavículas, las
articulaciones esterno-claviculares y los esterno-cleido-mastoideos eran muy
visibles. Sus manos eran frías, y mal irrigadas. Al cabo de unos minutos de
estar en la posición de pie cobraban un tono azulado al igual que los pies. Se
quejaba de tener poca fuerza en las manos.
Podía suponer que su vientre estaba duro, puesto que a pesar de la
lordosis aparecía firme. Sus piernas eran largas, de aspecto un poco tubular y
la piel de color más mortecino que el resto del cuerpo dando la sensación de
estar poco energetizadas.
En la inclinación hacia delante, aparecía una ligera escoliosis.
En la posición acostada la lordosis permanecía, y, al respirar,
solamente movía la parte alta del torax.
Al proponerle respirar con mayor amplitud, su cara enrojecía y su espalda se
separaba cada vez más del suelo y, al proponerle bajar la espalda en la espiración, se sentía perdida y
sorprendida al darse cuenta de que no lo lograba.
Probando las diferentes posturas, su rigidez se manifestaba ante todo al
posturar los brazos, bloqueo que explicaba sus problemas circulatorios.. Al
abducirlos a más de 90º su caja torácica
se deformaba notablemente.
Era posible levantar las piernas en ángulo recto. Sin embargo era al
precio de una fuerte lordosis dorso-lumbar
y un gran bloqueo del diafragma.
Tenía, aparentemente, una buena independencia de la cabeza, pero cada
movimiento, inclinación o rotación,
aumentaba su hiperlordosis
interescapular y el bloqueo en inspiración. Ello hacía suponer que al ir desapareciendo
este bloqueo respiratorio y la hiperlordosis, la rigidez de los músculos del
cuello sería más evidente.
Al tocarle el vientre, se confirmaba mi anterior suposición: estaba muy
duro y esta dureza aumentaba en el intento de espirar a fondo impidiendo que
las costillas bajaran. Poco a poco, al mover suavemente su masa abdominal,
dándole una referencia con mi otra mano en su espalda y un suave masaje, podía
vivir la experiencia de abandonarse un
poco. Su espalda iba bajando hacia el
suelo, su rostro iba cambiando de color, y entonces manifestaba que una
opresión que le había aparecido en la garganta produciéndole angustia estaba
desapareciendo Era una sensación nueva
para ella: poder respirar sin un gran
esfuerzo y sin angustia. Esta experiencia la motivó para iniciar la terapia
conmigo y la sostuvo cuando aparecieron momentos difíciles.
Es importante, siempre que sea posible, en una primera sesión hacer
vivir a la persona una experiencia nueva y positiva. O, al menos, si es una persona
muy intelectual, ayudarla a comprender que el trabajo propuesto le puede llevar
hacia un mayor bienestar.
Conchita era una persona que utilizaba la razón para comprender sus
problemas. En sus momentos de crisis no podía parar de pensar, según decía. Por
eso esta experiencia corporal, placentera, tranquilizadora, había sido tan
importante para ella. Una ventana se había abierto dejando entrar una nueva luz para mirar sus
problemas desde un aspecto diferente.
La poca percepción corporal, el bloqueo energético de las extremidades y
la tendencia a llevar la energía hacia la cabeza se añadían a su relato y me
hacían concluir que había muchos agujeros en la estructuración de su “yo”.
Proyecto.-
Por lo tanto, después de este primer contacto, mi proyecto fue trabajar
ante todo la conciencia corporal, con la intención de ayudarla en este proceso
de estructuración. Tenía poca
percepción de su cuerpo y ello, en gran parte, era la causa de su sentimiento
de inseguridad. El círculo vicioso se establecía cuando, para huir de este
sentimiento de inseguridad se refugiaba en sus funciones intelectuales bien
desarrolladas, aumentando así su disociación entre cuerpo-mente, entre
intelecto y sentimientos.
Era importante, en una primera fase,
que viviera sobretodo experiencias positivas para así ayudarla a encaminarse
por esta vía para que, perdiendo el miedo a las manifestaciones de su cuerpo,
pudiera iniciar un proceso que la ayudara a ir
estructurando estos vacíos de su
“yo”.
Desde el punto de vista energético, la intención era abrir poco a poco
el bloqueo de la columna y del diafragma para dejar fluir la energía hacia los
brazos, la pelvis y las piernas en una primera fase. En una segunda fase,
insistir cada vez más en estar con su energía o su conciencia en estas partes
de su cuerpo, permitiéndose sentir y
expresar con la voz, la palabra y con la
expresión emocional del cuerpo, las sensaciones, sentimientos e imágenes que
pudieran aparecer. Y, lo que es fundamental para estucturarse internamente,
conectar con el espacio interno.
Tratamiento.
Al iniciar las sesiones el acento estaba puesto en lograr ampliar la
experiencia del primer día; es decir, respirar lo más relajadamente posible
dejando caer lentamente la columna sobre mi mano primero y luego sobre el
suelo. Esto iba acompañado de una exploración para percibir cada vez más
finamente las sensaciones corporales que ello le producía. ¿Cómo sentía su
columna cuando podía soltarla? ¿qué
sensaciones había en su vientre cuando se ablandaba con la ayuda de la
respiración y el masaje? ¿cómo sentía su cabeza cuando la respiración iba
bajando?¿ qué había ocurrido con la anterior sensación de tensión ?
También posturábamos lo que aparecía en la lectura corporal,
aprovechando cada postura para ayudarla a llevar la conciencia a una parte determinada de su cuerpo y describir lo
que allí podía percibir.
Al principio no sentía más que sensaciones externas como por ejemplo el
apoyo, el contacto de mi mano etc...Poco a poco fueron afinándose las
percepciones, apareciendo sensaciones internas como circulación, presencia de
los huesos, sensaciones energéticas, tensiones. La sensación de tensión
indeterminada fue localizándose pudiendo distinguir qué zonas de su cuerpo estaban más contraídas y
en qué momentos de la sesión y de su vida cotidiana tensaba de nuevo.
Su mecanismo de resistencia más aparente era irse con el pensamiento de
la sesión. Sin darse cuento del cómo, se encontraba pensando en cualquier cosa
de su vida cotidiana. Era muy difícil para ella permanecer con la conciencia en
su cuerpo. Otro mecanismo de resistencia era, a partir de la pregunta sobre su
sensación, encauzar sutilmente la respuesta hacia el terreno verbal.
Ejemplo: Al posturar la pierna y
preguntarle: “¿qué sensación tienes en tu pierna?” respondía: ”Siento tensión. ¡ Ah!¡ claro!...
Mi madre me ha contado que empecé a andar a los nueve meses .¡ Imagínate!
seguro que debía contraerme. Me contó
que me caí y tuvieron que llevarme a urgencias....” . Era el relato de un hecho
sin su carga emocional. Al atraer mi atención y la suya hacia este hecho de su
infancia buscaba una explicación racional a su tensión y dejaba de estar presente en su pierna
cooperando para soltar esta tensión.
La gran tensión que Conchita llevaba hacia su cabeza le producía con
frecuencia cefaleas muy intensas. En las sesiones había podido darse cuenta que
cuando quería hacer un esfuerzo voluntarioso para estirar o soportar una
postura, su columna se arqueaba y la energía, en un reflujo, subía hacia su
cabeza, enrojeciendo su cara y
produciendo los primeros síntomas de una cefálea. Empezaba a darse cuenta que
esto ocurría con mucha frecuencia en su vida cotidiana.
Un día llegó a la sesión con una de sus grandes jaquecas. Había dudado
hasta el último minuto para decidirse a venir. Sin embargo fue su implicación, su curiosidad por comprender
sus mecanismos, que la animaron. Fue difícil lograr que se relajara un poco y
fuera respirando más profundamente. Para ayudarla a bajar la energía le propuse
respirar en la pelvis como si tuviera allí un tercer pulmón. Al inicio, para
lograrlo contraía fuertemente los aductores; le ayudé con mis manos a soltar esta tensión y le propuse un pequeño
movimiento. Al terminar yo veía una pequeña vibración en los muslos que, sin
embargo, ella no percibía.
Al preguntarle qué sentía allí, no pudo hablarme más que de la parte
alta de su cuerpo. Sentía cada vez más tensión en la garganta y sobretodo en
las manos. Su dolor de cabeza iba aumentando. Cuando más quería intentar saber
qué sentía en sus muslos, más arqueaba su espalda. Intentaba conectar con ellos
mediante un gran esfuerzo de voluntad,
como hacía siempre en su vida. Su estado de tensión iba en aumento y apareció
también un fuerte dolor de estómago .
Poco a poco logramos reducir la alarma que estaba subiendo en su cuerpo.
Fue con la ayuda de mis manos y de mi voz que pudo de nuevo ir paulatinamente
relajando los músculos de la espalda. Con un suave masaje en la zona lumbar y
en la masa abdominal su conciencia pudo bajar de nuevo a la pelvis, la columna
fue depositándose primero en mi mano, luego en el suelo. La respiración fue
haciéndose más profunda y relajada al poder soltar gran parte del mecanismo
inspiratorio. De pronto sus piernas empezaron a vibrar fuertemente e
incontrolablemente. Me miró con terror. Dándole la mano para infundirle
seguridad, le ayudé con la palabra a que fuera aceptando esta manifestación de
su cuerpo. Pudo permitírselo. Su expresión fue cambiando. Fue pasando del miedo
a la sorpresa... al placer. Empezó a sentir pequeños movimientos agradables que
recorrían todo su cuerpo, muy especialmente sus brazos y sus piernas. Lágrimas
de emoción aparecieron en sus ojos. El dolor de cabeza, de estómago y de las manos
desaparecieron en el mismo instante en que pudo aceptar vivir su vibración.
Durante largo rato estuvo a la escucha de sus sensaciones. Este pequeño
movimiento interno continuaba por todo su cuerpo. Ella lo expresó como
movimiento de vida. Decía que por primera vez en su vida sentía sus brazos y
piernas vivos, los sentía suyos. Las lágrimas dejaron paso a una expresión
nueva de paz y alegría en sus ojos. Se sentía muy feliz y daba gozo verla.
Esta experiencia fue muy importante. A partir de este día había una fe y
una convicción en ella, a pesar de los antiguos mecanismos, que volvían una y
otra vez. Había nacido en ella el deseo de saber cada vez más qué escondían
su pelvis, sus piernas, sus
brazos, ¿por qué había enfermado? ¿para no sentirlo y saberlo?. Sabía
porque, aunque fuera por un momento, lo había experimentado, que cuando pudiera
conquistar definitivamente todas las parcelas de su cuerpo, su mente quedaría
en paz.
En esta primera fase, no pusimos ningún acento en hacer aparecer las
emociones. Cuando aparecían, intentábamos hacerlas conscientes si era
posible(¿pertenecían a la pena, al miedo, a la alegría, al enfado?) y
aceptarlas .
Al introducir los movimientos de
descarga, observé con sorpresa que entraba fácilmente en ellos siempre que no
implicaran algo que ella viviera como violento, como podrían ser patadas o
gritos. Podía, por ejemplo, patalear y encontrarlo muy placentero. Se
sorprendía y decía que se sentía “como un bebé”. Sin embargo poderse permitir
expresar con la voz fue mucho más largo. Sentía vergüenza y miedo al oír su
voz; no la reconocía.
Así pues nuestro trabajo consistió en aumentar, ante todo, la percepción
de su cuerpo; utilizando para ello el estiramiento, el movimiento, el contacto
y el trabajo energético.
En el trabajo energético: canalizar primero la energía a todas las
partes del cuerpo para, posteriormente tolerar cada vez más tiempo la energía y
la conciencia en un segmento concreto dejando aparecer sensaciones imágenes y
expresiones con el cuerpo y la palabra.
Las emociones hacían su aparición. Aparecían sobre todo, en un
principio, el miedo y la rabia. El proceso fue permitir la aparición de estas
emociones solamente hasta el punto en que Conchita podía aceptarlas, vivirlas y expresarlas sin desbordarse, sin
contraerse, dejándolas existir en su cuerpo. Vigilando que no apareciera ningún
bloqueo respiratorio ni ninguna tensión muscular en los puntos que ella
habitualmente utilizaba para bloquear la percepción. Solamente así podía ir perdiéndoles
el miedo. Los movimientos de descarga empezaron siendo muy cortos por la misma
razón.
Poco a poco pudo ir uniendo los recuerdos que aparecían en su cuerpo con
sus vivencias y emociones. Permitirse revivir, por ejemplo, cuánto se asustó siendo
pequeñita, al ser forzada a andar. Podía aceptar sentir el miedo que había
quedado preso en sus piernas, y, así,
siendo ahora adulta y estando en un espacio protegido, poder liberarlas
expresando también la rabia por haber sido
forzada.
Su cuerpo lleva escrito la memoria de los malos tratos recibidos en su
infancia y llevará tiempo dejar salir todo el miedo, el dolor y la rabia
acumulados en él. Para abandonar sin miedo la imagen de perfección que tuvo que
imponerse para ser aceptada y librarse de la violencia.
Todo ello debe ir siempre muy arropado por un trabajo estructurante para
recuperar la confianza y el placer de
encontrarse consigo misma, con su cuerpo, e, ir descubriendo su capacidad de
autonomía y su fuerza
Así aparecía con claridad como sus miedos, sus crisis de pánico, sus
depresiones estaban completamente
ligadas a la desconexión de la memoria
de su cuerpo. Había tenido que bloquear
las oleadas de información para poder sobrevivir psíquicamente en su infancia;
pero este mismo bloqueo le impedía vivir ahora y la enfermaba. Ya no le servía.
Los seres humanos tenemos este privilegio. Podemos volver sobre nuestros pasos y liberar las
memorias para poder escribir un nuevo
camino. Pero creo firmemente que ello no es posible sin recuperar nuestro cuerpo.
MALEN CIREROL